jueves, 18 de octubre de 2012

Capítulo 37


-¿Ves aquello? –su voz me sacó de mis pensamientos.
-¿Qué?- dije, desconcertada.
-Es humo.-
le miré, estaba clavando la mirada en un punto fijo en la lejanía. Miré hacia allí. Humo, alguien estaba encendiendo una hoguera a las 4 de la mañana. Esa era la opción menos probable, lo más seguro es que algo hubiese explotado, o los draculoides hubiesen incendiado algún refugio. Pero habríamos oído algo, no estaba tan lejos. Y en el silencio de la noche, cualquier pequeño ruido parece más grave.
-¿Deberíamos acercarnos? –preguntó.
-No sé.- respondí.
Me miró con cara excéptica.
-Quiero decir, puede ser algo, o no ser nada.-aclaré.
Abrió los ojos en señal de incomprensión.
-Que pueden ser un grupo de despistados, o un ataque.
-¿Entonces, nos acercamos? –repitió.
-No lo sé. –volví a decir.
Él rodó los ojos.
-Menuda líder estás hecha.- dijo en voz baja, como si no quisiese que lo oyera.
-¡Oye! –alcé el tono y me levanté.
-¿Qué pasa ahora? – dijo girándose hacia mí.
-¡No puedo arriesgarme a ir y encontrarme con un ejército de draculoides yo sola! –casi grito.
-Yo también estoy aquí eh¡
-Lo sé, pero aún así serían demasiados.
-Te has enfrentado a grupos más numerosos.
-No sabemos cuántos hay.
-¿Desde cuándo te has vuelto una cobarde??
-¿Qué? ¿Cobarde? ¿Es que quieres que nos maten?
-¡No! ¡Pero alguien puede necesitar ayuda!
Estábamos discutiendo, nos gritábamos, y no dejábamos de mirar en la dirección de donde provenía el humo.
-Gerard, basta ya, no podemos ir y punto.
Intenté poner fin a la discusión, pero no estaba dispuesto.
-¡Pues yo voy, ahora mismo!
-¡Gerard!
No me hizo caso, se encaminó hacia el lugar causante de la disputa, no parecía estar lejos, pero en el desierto las distancias engañan.
-Gerard, espera.- intenté calmarme, para poder calmarlo a él. Pero continuaba caminando.
No se había alejado demasiado, corrí hacia él e intenté pararle agarrándole el hombro por atrás, se sacudió, bufó, y continuó. Me quedé allí plantada, frustrada. Con el cejo fruncido y los brazos cruzados. Finalmente decidí interrumpirle el paso. Corrí y me puse delante de él, intentó apartarme pero no pudo. Me miró a los ojos, amenazándome con la mirada.
-Gerard, para, por favor. – le pedí.
-¿Porqué? ¿Acaso te importa lo que haga? – respondió.
¿Qué clase de respuesta era esa?, aprovechando mi confusión, me dio un empujón y me apartó.
Volví a ponerme delante de él, me volvió a empujar, esta vez me tiró al suelo. Pero paró. Me miró. Me tendió la mano para ayudarme a levantarme. Una vez de pié, le miré extrañada.
-Yo…-tragó saliva.
-No importa…
-Sí que importa Cris, yo…- parecía cansado y triste.
-De verdad Gerard, no pasa nada, mañana nos acercaremos, si son Killjoys, seguirán ahí, y si son draculoides ya se habrán ido.
-No es eso…-apenas entendí esas palabras, las dijo en menos que un susurro.
-Volvamos ¿Sí? –Dije, sonriendo.
Él esbozó lo que parecía una media sonrisa, pero demasiado triste para serlo. Algo le preocupaba, saltaba a simple vista ¿El qué? No lo sé.
-Nuestro turno está apunto de terminar, los dos necesitamos descansar.- añadí. Le froté el brazo, para animarle o algo.
Volvimos.
Entré en la furgoneta, me acurruqué junto a Mikey y me quedé profundamente dormida.

Capítulo 36


Alguien me llamaba, por lo que me desperté.
-Cris, te toca.- era Laura, su turno acababa de terminar, por lo que su voz sonaba pesada y ronca. Me levanté sin muchas ganas, pero me despejé enseguida, arropé a Mikey, su turno no era hasta dentro de mucho. Le di las gracias a Laura y se dejó caer sobre el colchón.
No sabía con quién me tocaba  hacer el turno, aún así me preparé. Salí de la furgoneta equipada con mi antifaz y mi pistola laser.
Me alejé caminando despacio y me senté en el suelo. Pocos minutos después oí pasos detrás de  mi. Agarré mi arma y agudicé los sentidos.
-Buuh…- me dijeron al oído.
-No eres nada sigiloso- dije mientras me ponía en pie.
-Oh, ¿En serio? Juraría que te habías asustado- nos alejamos un poco más para poder vigilar mejor  la zona.
-claro que sí, asustadísima- dije sarcásticamente. Él rió.
-Ves, te lo dije- respondió.
Cuando casi habíamos perdido de vista la furgoneta y los restos de la hoguera, paramos.
Llevavamos callados 15 minutos y el silencio empezaba a hacerse incómodo.
-Maldito desierto.-susurré. Me miró.
-¿Qué ocurre? – preguntó.
-Pues que hace frio- respondí, frotándome los brazos. Él sonrió.
-Tienes razón…
Un silencio incómodo nos visitó durante un largo rato.
Suspiré.
-¿Qué ocurre? –preguntó.
-Nada, aburrimiento, supongo…
-ahám…
En mi mente buscaba desesperadamente un tema de conversación, pues el ambiente se estaba poniendo tenso.
-¿De quien es el próximo turno? – dije vagamente.
-De Ray y Jared, si los pusiste tú- rió. Tenia razón, pero algo había que decir.
-Oh, cierto.
-¿Sabes qué es lo bueno del desierto?- dijo, yo respiré aliviada, quizás eso no sacaría del pozo de silencio.
-¿El qué?
-Que las estrellas se  ven mucho mejor.
Tenía razón, si alzabas la vista se veía un extenso manto de pequeños puntitos, unos más grandes que otros, sobre un gran fondo negro, y una sonriente luna que parecía alentar a los curiosos a no apartar la vista.
Sentí sus manos sobre mis hombros.
-¿Tienes frío? – dijo, en voz baja, casi como un susurro.
-Estoy bien- respondí, intentando alzar un poco más la voz.
Oí como reía por lo bajo.
-Estás helada.-  insistió.
-Estoy bien, de verdad.-repetí.
-Vale, ¿entonces no quieres esto? – preguntó, a la vez que ponía su chaqueta delante de mí.
-Te vas a congelar, y estoy bien.- cogí su chaqueta, me giré, y se la di, empujándola sobre su pecho.
-Pero qué orgullosa eres.-puso los ojos en blanco, le dediqué una sonrisa sarcástica.
Miré la hora, sorprendentemente llevábamos una hora allí arriba, solo nos quedaba media de vigila.
Me senté en el suelo y empecé a otear el horizonte, allá al fondo parecía que el cielo se tornaba más azul que negro y las estrellas eran menos que pequeños puntitos, me sentí tremendamente pequeña, más aún que ellos. Miré en todas direcciones, alerta, por si alguien decidía que las 4 de la mañana eran buena hora para atacar a un par de Killjoys perdidos, porque era como estábamos. Perdidos.